Los presos políticos en las prisiones catalanas son los Vaclav Havel y Lech Walesa de nuestro tiempo.
Lledoners, Catalunya
Por primera vez después de más de 50 años estoy de nuevo en la prisión. Aquella vez fue por el arresto de Szczecin. Entonces fui arrestado mientras hablaba con tres o cuatro mendigos a la entrada de una iglesia. Pero, está claro, como era bien sabido, no había mendigos en la Europa oriental comunista. Por lo tanto, en aquel momento me encontraba en el lugar equivocado. Pasé un par de horas en la prisión acompañado de una mezcla de carteristas y otros delincuentes comunes. No me hicieron daño. Yo era danés y, por lo tanto, intocable.
El otro día visité la prisión de Lledoners, en Catalunya. Allí en Lledoners, el gobierno de Madrid tiene retenidos a siete líderes políticos no violentos elegidos libremente por el pueblo. Cuatro de ellos han empezado una huelga de hambre para protestar contra la lentitud del sistema judicial español. Me han concedido 45 minutos con Raül Romeva, exparlamentario europeo y después ministro y ahora exministro de asuntos exteriores de Catalunya.
Junto con Francesca, conducimos desde Barcelona en dirección hacia el cielo azul del horizonte, a través de pequeños pueblos y ciudades decorados con lazos amarillos. Por todas partes este símbolo de solidaridad con los siete hombres en Lledoners y con las dos mujeres -la expresidenta del Parlamento, Carme Forcadell, y la exministra de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia, Dolors Bassa, prisioneras en otros dos centros penitenciarios- todos ellos amenazados con penas de prisión de hasta un máximo de 25 años.
Ante Lledoners, centenares de personas esperan su turno de visita. En nuestro recorrido, muchas puertas metálicas, muchas cerraduras de seguridad que se abren y se cierran a nuestro paso. Una vez cruzamos el patio interior, rodeado de una pared de seis metros de altura, llegamos a la zona de visitas y a nuestra cabina de conversación. Allí nos espera Romeva, que hace casi un año ya que está en prisión, no porque haya estafado o asesinado, sino porque tiene una opinión política diferente a la de Madrid: que Catalunya, conquistada por España en el siglo xviii, tiene derecho a ser una república europea como las demás, libre del corrupto y opresivo régimen español. Nos saludamos juntando las palmas de nuestras manos encima del vidrio de seguridad que nos separa. En las cabinas vecinas veo a Jordi Sànchez y a Jordi Turull, ambos con el pulgar en alto. Hoy han empezado una huelga de hambre indefinida.
A través del teléfono de la cabina, Romeva me dice: «Cada día estamos más fuertes. Nos ayudan a ello las estupideces de España. El pueblo catalán está con nosotros. Nos da moral. Queremos una democracia europea, una libertad europea, derechos humanos, modernidad, todo lo que el Estado español nos niega. Necesitamos un referéndum supervisado internacionalmente». En Lledoners muchos admiran a los presos políticos. «No queremos ni tenemos ningún privilegio», señala Romeva. «Limpiamos, hacemos turnos de cocina, nos tratan como a todos los demás. Así tiene que ser». Romeva enseña deporte a los presos. El exvicepresidente Junqueras imparte clases de historia.
En el momento en que escribo este artículo, dos exconsejeros más, Joaquim Forn y Josep Rull, se han unido a la huelga de hambre. Los presos protestan contra la paralización de sus denuncias en el Tribunal Constitucional, a sabiendas de que hasta que no hay sentencia definitiva por parte de dicho tribunal no se puede recurrir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Allí se espera que toda esta miserable actuación de España se le vuelva en contra con una condena internacional inaguantable.
De vuelta al patio, nuevas puertas metálicas y más cerraduras de seguridad. A la salida de la prisión, me abrazan hombres y mujeres. Me está entrando vértigo, ¿estoy en Uzbekistán o en Europa? ¿Dónde están Løkke Rasmussen y Anders Samuelsen? Estos prisioneros son nuestros verdaderos demócratas, los nuevos Vaclav Havel, Lech Walesa y los miles de personas anónimas de la Europa Central comunista del pasado, los Gandhi de India y Nelson Mandela de Sudáfrica.
A ellos les pertenece el futuro, no a sus opresores.
Per Nyholm, Jyllands-Posten (8/12/2018)
Traducción: Miquel-Àngel Sànchez Fèrriz